Suele creerse que el sueño es un proceso pasivo y rutinario que no merece demasiada importancia. Sin embargo, dormir es una actividad central para los seres humanos, que debería ocupar aproximadamente un tercio (¡un tercio!) de nuestras vidas.
¿Qué
es el sueño?
El
término “sueño” hace referencia al proceso completo que sucede mientras estamos
dormidos, más allá de estar o no soñando. Se trata de una instancia de reposo
en la que, sin embargo, el cerebro está sumamente activo. A diferencia del
estado de vigilia, cuando dormimos se suspende el estado consciente, lo que
conduce a una disminución de la interacción con el entorno.
¿Cuál
es la relación entre el sueño y el aprendizaje?
Debido
a los procesos que suceden mientras dormimos, se considera que el sueño es un
elemento clave en la estabilidad emocional y en procesos relacionados con el
aprendizaje como la memoria, la cognición y la orientación de la atención (el
foco).
Si
bien la adquisición del aprendizaje ocurre principalmente durante la vigilia,
durante el sueño se lleva a cabo su consolidación mediante el fortalecimiento y
reorganización de las conexiones neurales. Durante este proceso, los recuerdos
se convierten en estables y pasan a la memoria de largo plazo (Wang et al,
2011). Esto sucede tanto en la etapa NREM como la NREM del sueño, para
distintos tipos de aprendizajes.
¿Cuántas
horas hace falta dormir?
En
la infancia, el sueño tiene un rol esencial en el crecimiento de los niños.
Además de impactar en el desarrollo físico y cerebral, está vinculado con el
desarrollo psicomotor, con los procesos de aprendizaje y con la regulación de
su propia conducta. Por lo tanto, es de suma importancia organizar las
actividades diarias de los niños en función de su edad y sus particularidades
individuales, garantizando horas de sueño suficientes (Ojeda del Valle, 2011).
Para
tener una vida considerada saludable, Morón et al. (2018) sugieren un promedio
de cantidad de horas de sueño en función de la etapa de la vida en la que se
encuentran las personas. Cabe aclarar que la cantidad recomendada de horas de
sueño varía entre las personas. Por ese motivo, la información de referencia se
suele presentar como un promedio de horas a tener en cuenta.
Proponen
que, hasta los tres meses, los bebés duerman quince horas diarias; hasta los
tres años, doce horas durante la noche y una siesta de día y entre los cinco y
seis años, diez horas de corrido sin siestas durante el resto de la jornada. En
esa etapa, su vigilia debe ser activa, dándole lugar al juego y al intercambio
con otros niños.
En
la adolescencia hay un desplazamiento en los patrones biológicos del sueño y la
vigilia, lo que se traduce en un retraso en la fase del sueño en comparación
con la infancia.
En
otras palabras, la mayoría de los adolescentes comienzan a tener una tendencia
a quedarse dormidos más tarde en la noche y a despertarse más tarde en la
mañana. Comienzan a estar más activos en horarios más vespertinos, y menos por
la mañana. En promedio, durante esta etapa se necesitan nueve horas de sueño
para poder mantener un estado de óptima atención durante el período de vigilia.
¿Cuál
es el impacto de la falta de sueño en el desempeño escolar de los estudiantes?
Hoy sabemos que la falta de sueño incide
negativamente en el desempeño escolar y el aprendizaje en general de dos
maneras fundamentales. En primer lugar, una persona con falta de sueño no puede
enfocar su atención de manera óptima y, por lo tanto, aprende menos. En segundo
lugar, la privación de sueño deteriora el proceso de consolidación de la
memoria de aquello aprendido durante el día.
Pero
además, los trastornos del sueño pueden provocar múltiples problemas: ansiedad,
depresión, hiperactividad, irritabilidad, impulsividad y agresividad, así como
problemas de respiración. Además, particularmente en los niños, su desarrollo
psicomotor y su capacidad de aprendizaje pueden ponerse en riesgo (Ojeda del
Valle, 2011). Esto claramente afecta su experiencia en la escuela y su
rendimiento académico. El estilo de vida de las familias influye notoriamente
en la calidad del sueño alcanzada por los niños y jóvenes. Si no duermen lo
necesario o no tienen establecida una rutina de sueño, los chicos pueden
empeorar su desempeño escolar (Cladellas et al, 2011).
Además,
dicha calidad está también afectada por el tiempo de estimulación tecnológica
al que están expuestos. Utilizados en forma excesiva y en altas horas de la
noche, los aparatos electrónicos pueden causar desórdenes del sueño. Por un
lado, porque nos estimulan y eso disminuye la posibilidad de conciliar el
sueño. Por otro, la luz azul emitida por dichos aparatos genera una disminución
o retraso en la liberación de la melatonina (la hormona que indica al cerebro que
es de noche y por ende que hay que ir a dormir), lo cual genera que nos dé
sueño más tarde y por ende que, aunque queramos, nos resulte muy difícil poder
dormir (Alvarenga et al, 2018).
CONSEJOS:
* Establecer rutinas de sueño desde
la primera infancia, para lograr que los chicos internalicen horarios y rutinas
ordenadas.
* Promover hábitos de sueño
saludables desde la escuela, haciendo énfasis no solo en la educación de los
alumnos sino también en la alianza con sus familias.
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