LAS TRES LLAVES DE LA INFANCIA

Ayudar a nuestros niños a encontrarlas es nuestro deseo, misión y compromiso como papás.

 Si alguien tuviera la receta para conseguir la felicidad, todos quisiéramos conocerla. Bien sabemos que eso es imposible. No hay fórmulas mágicas para lograrla. Sin embargo existen caminos que nos pueden ayudar a encontrar llaves que abren las puertas a un futuro amplio y promisorio. La infancia es el mejor momento para conseguirlas. La autoestima, la autonomía y la capacidad para tolerar las frustraciones se convierten en las llaves que posibilitarán el acceso al desarrollo de una personalidad plena y madura.

Primera llave: El valor de quererse bien

 Hay algo que no se puede discutir: la autoestima incide en casi todos los aspectos de la vida, durante toda la vida. Es confianza y seguridad que no se puede fingir. Va más allá de lo que la persona tenga, haga, sepa o la posición social que haya logrado. El desarrollo de la autoestima, en un inicio está sostenida por el vínculo materno, más adelante será nutrida por el contacto con los otros. La mirada, los gestos y las palabras de aprobación de los padres y allegados cimentan la percepción del propio valor. Durante el resto de la vida, se alimentará con la capacidad exclusivamente humana de introspección y reflexión. La autoestima es la base de la confianza en uno mismo y junto con el sentimiento de seguridad, permite la confianza hacia los otros. Sólo aquel que se quiere bien puede querer bien a los demás.

La pregunta clave: ¿Qué es quererse bien?

Hay gente que dice tener una alta autoestima y se coloca como centro del mundo. Ególatras y narcisistas, satisfechos de ser artífices de sí mismos, desatendiendo cualquier crítica y justificando cualquier error. “Yo soy así, y ésta es mi manera”. Evidentemente, ese no es un buen camino para crecer y mejorar. Autoestimarse no es exigir continuamente ser el foco de atención, sentirse “el mejor” en toda circunstancia, ser condescendiente con los propios errores, o estar “enamorado de uno mismo”. Detengámonos a pensar en el significado del término “estimar”. A primera vista lo asociamos con “querer”, “apreciar”, “considerar”. Estimamos a un amigo, a un hijo, a nuestros padres, a nuestros compañeros de trabajo. Estimar es querer. Auto estimarse es “quererse a sí mismo”. Pero esto es sólo una parte. Estimar también es “evaluar”, “sopesar”, “juzgar”. Estimamos el costo de una obra, estimamos el peso de un objeto. Es decir que al estimar ponderamos el valor que algo tiene. Desde este punto de vista, todo ser humano es merecedor de estima porque es una persona única e irrepetible que como tal, no es más ni menos que los demás. La verdadera autoestima es quererse, ubicándose en el justo lugar: el de una persona, irremplazable y distinta de los otros. Ni más, ni menos, ni igual que los demás. Para que uno aprenda a quererse, antes tiene que conocerse. No se puede querer lo que no se conoce, ni dar lo que no se tiene. La única manera de quererse auténticamente, y por ende, querer a los demás es aceptarse como valioso y digno tomando en cuenta talentos y limitaciones. Conocer, aceptar y valorar a tu hijo le abrirá los caminos para respetarse y sentirse capaz de mejorar. En definitiva, para quererse por lo que es.

Segunda llave: Hacerse cargo de uno mismo

 Entre los dos y los cinco años la autoestima está muy relacionada con la capacidad de hacerse cargo de uno mismo. Pero ¡cuidado!, que tu hijo sea autónomo no quiere decir que tenga que regirse por sus propias normas, hacer siempre lo que quiera o sentirse omnipotente. No es cuestión de confundir autodeterminación con capricho, ni de “festejar” la transgresión a los límites.

Por el contario, actuar con autonomía implica reconocer y aceptar reglas e identificar en qué ocasiones es necesario pedir ayuda ya que no siempre tiene la madurez suficiente para desempeñarse solo. Con la entrada al jardín es frecuente que los chicos cuenten con la posibilidad de manejarse sin la ayuda inmediata de mamá o papá. Desde edades tempranas es habitual para ellos hacerse cargo de sus abrigos, conducirse con soltura en los espacios de la sala, elegir con qué jugar, etc. A su vez, disfrutan mostrando con orgullo lo que hacen y han logrado. Ante los halagos se sienten reconocidos y valiosos. Por eso es frecuente escucharlos decir “¡Mamá, mirá lo que sé hacer!”, “¡Déjame a mí, yo puedo solito!”, esperando la mirada del adulto que sonríe, aprueba y aplaude su novedosa iniciativa. Permitirle espacios de autonomía posibilita que tu hijo ejercite su capacidad de hacerse cargo de sí mismo. Estos serán los primeros escalones para el logro de la capacidad de decidir libre, madura y responsablemente, pudiendo no sólo elegir sino hacerlo bien. Se trata de que sea capaz de autogobernarse, superando las ataduras del capricho y la impulsividad. Esto permitirá que más adelante sea capaz de pensar y juzgar las consecuencias de sus actos. Es importante que los chicos crezcan experimentando que todo lo que hagan traerá aparejada alguna consecuencia, que nada surge porque sí y que pueden evitarse situaciones adversas cuando se actúa con conciencia y responsabilidad. Educar en la autonomía no es una tarea de la que sólo se encarga la escuela. Es importante que en el ámbito de la familia tu hijo se sienta invitado a encargarse de pequeñas tareas: ordenar sus juguetes, colaborar con algún hermano, ayudar a poner la mesa, etc. De esta forma asumirá un rol que le será propio y podrá hacer algo por otros, lo cual también favorecerá su sentimiento de valía. Aún con la buena intención de proteger a los hijos, a veces se cae en una actitud sobreprotectora que les impiden hacerse cargo de sí mismos. Con la sobreprotección se les está diciendo implícitamente que no son capaces de cuidarse: sobredimensionando el riesgo y subestimando al hijo.

Tercera llave: Ser capaz de tolerar las frustraciones

Como adultos sabemos que uno no siempre tiene lo que quiere, cuando quiere y como quiere. Somos capaces de soportar la adversidad y tolerar la frustración. Los chicos aprenden, como lo hemos hecho nosotros, que la vida no es siempre “un lecho de rosas”

Todos, en mayor o en menor medida, somos capaces de esperar y de soportar las frustraciones. Desde chicos vamos aprendiendo a postergar los impulsos por lapsos cada vez más prolongados. Así podemos contar con tiempo suficiente como para elaborar estrategias que permitirán aceptar la realidad tal como se presenta. Soportar pequeñas situaciones adversas y sobreponerse permitirá que tu hijo se sienta fuerte y genere “anticuerpos” para enfrentar otras mayores. Esto no quiere decir que haya que exponerlo a sufrimientos innecesarios cuando aún incapaz de soportarlos y procesarlos. No le ofrezcas a tu hijo un mundo “acolchonado”. Tu hijo es chico, pero es una persona y el sufrimiento forma parte de la vida humana. La clave es acompañarlo, conteniéndolo en la adversidad, haciéndolo sentir amado, estableciendo vínculos saludables que generen bases sólidas cimentadas en la confianza y la seguridad básicas. Autoestima, autonomía y capacidad para tolerar las frustraciones conforman un círculo virtuoso o vicioso según se retroalimenten positiva o negativamente. Si tu hijo tiene una autoestima firme, se sentirá capaz de gobernarse y por lo tanto, podrá soportar la adversidad. Si es autónomo, podrá encauzar sus impulsos y eso lo hará sentirse valioso. Si no está atado a la necesidad de satisfacer inmediatamente sus impulsos, podrá sentirse dueño de sí y respetar y hacer respetar su dignidad. Comenzamos diciendo que no había recetas ni fórmulas mágicas. Sin embargo presentamos tres llaves para abrir las puertas a un futuro alentador para el que también se necesitará amor, bastante sentido común y Providencia Divina (en las cantidades necesarias). El amor verdadero es amor exigente, pero demasiada severidad en la exigencia se vuelve un obstáculo. El punto justo de complacencia o exigencia estará marcado, entre otras cosas, por las circunstancias y la personalidad del hijo al que debemos enseñarle con nuestro ejemplo que su vida es un don y su tarea engrandecerla. (Extracto de las Lic. Gabriela Mango de Guerra y Myriam Mitrece de Ialorenzi. Instituto para el Matrimonio y la Familia. Pontificia Universidad Católica Argentina)


 

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