Desde la aparición de esta pandemia mundial con la suspensión de las clases presenciales y el aislamiento obligatorio decretado en marzo, la escuela tal como la conocemos debió ser repensada y reorganizada.
En pocos días tuvimos que reorientar y hasta
improvisar una continuidad pedagógica virtual nunca pensada ni ensayada.
Este siglo XXI parece exigirnos enseñar y
aprender a activar los propios recursos, a pensar por nosotros mismos y a
confiar en las propias posibilidades, teniendo en cuenta al otro en un vínculo
de equidad y solidaridad.
Familia y escuela deberán re-inventarse una
vez más, tomando como centrales los cuidados mutuos entre sus miembros, las
expresiones de afecto, la protección, la prevención de riesgos, la
consideración de las emociones de todos y toda forma de convivencia en las que
se aprenda a respetarse y a respetar a los otros.
Desde nuestra perspectiva pareciera cobrar
cada vez más vigencia la necesidad de pensar en:
*Educar
para la significación, entendiendo por tal sentido, educar a protagonistas
activos capaces de expresarse en y a través de muchos lenguajes diferentes.
*Educar
para una convivencia que articule la participación y el afecto, el respeto
y la apertura hacia el otro, permitiendo tejer una trama de paz, tolerancia y
aceptación recíproca.
*Entender
al próximo como prójimo y a uno mismo como sujeto de responsabilidades y
derechos, deberes y libertades.
*Discutir
una auténtica formación ética y ciudadana desde edades tempranas que
permita en el tiempo adquirir la capacidad de participar y elegir, combinando
armónicamente la autonomía y la solidaridad.
Ya no se trata solamente de redefinir el
contrato familia – escuela, es necesario incorporar otros sistemas sociales que
modelan y transmiten contenidos socializadores, valores, normas, actitudes. Es
necesario enfatizar la mirada en los nuevos agentes educadores y los nuevos
escenarios pedagógicos.
La sociedad de la información y del
conocimiento trajo grandes cambios. Si es el conocimiento la variable más
importante, su producción y manejo son insoslayables, y no mirarlos como ejes
del proceso de aprendizaje es enfrentar el riesgo de separar definitivamente
conocimiento y pensamiento.
Solo con este espíritu de complejidad y la
mirada amplia eco-sistémica podremos encarar una acción educadora siglo XXI,
que difícilmente se logre con las solas fuerzas de la escuela.
Tengamos en cuenta que, y según lo sostiene la
autora Silvia Duschatzky:
“Desde una perspectiva simbólica la Escuela no será la misma en todas
las épocas ni para todos los sujetos, ni para los mismos sujetos en distintos
períodos. La posibilidad de constituirse en núcleo de sentidos radicará en su
capacidad de interpelación, en su capacidad de nombrar a los interlocutores, de
tal manera que se perciban reconocidos como sujetos de enunciación. La escuela
entonces podrá erigirse en el horizonte de lo posible, a partir de articular
todo un campo de deseos, aspiraciones e intereses.”
Sigamos entonces afrontando este desafío
haciendo de la escuela un horizonte de lo posible sabiendo que tenemos la
responsabilidad indelegable de proveer, garantizar y supervisar una educación
integral, inclusiva, permanente y de calidad para todas las familias.
Lic. Alina Olguín
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